Con el auspicio de

Con el auspicio de
Fundado en el año 2000. Auspiciado por L´Institute du Champ Freudien y el Departamento de Psicoanálisis de la Universidad de París VIII.

jueves, 17 de diciembre de 2009

De la creación y la invención

¿Qué relación podemos establecer entre creación, producción e invención? ¿Qué es un producto? ¿Hay invención en la psicosis? Y luego nos preguntamos: ¿Cuáles son las implicancias subjetivas de una producción?; ¿Qué connotación adquiere el acto de producir en el marco de los cuatro discurso elaborados por Lacan? ¿Tiene esto algún efecto en el lazo social?

La creación

Según J. Ferrater Mora (1994) en su diccionario de filosofía, puede entenderse el término creación en cuatro sentidos.
1. Producción humana de algo a partir de alguna realidad preexistente, pero en tal forma que lo producido no se halle necesariamente en tal realidad;
2. producción natural de algo a partir de algo preexistente, pero sin que el efecto esté incluido en la causa, o sin que haya estricta necesidad de tal efecto;
3. producción divina de algo a partir de una realidad preexistente, resultando un orden o un cosmos de un anterior caos;
4. producción divina de algo a partir de la nada o creatio ex nihilo.
Y continúa diciendo:
“El sentido 1) es el que se da usualmente a la producción humana de bienes culturales, y muy en particular a la producción o creación artística. Este sentido ha estado ligado con frecuencia, cuando menos en la historia de la filosofía occidental, y en particular a partir del cristianismo, a los sentidos 3) y 4). El creador, y más específicamente el artista, han sido a veces comparados con un demiurgo y a veces con un Dios (con un Dios, sin embargo, finito, y sólo capaz de producir cosas finitas, por valiosas y hasta sublimas que fuesen). Puede hablarse en este respecto de una gran analogía como consecuencia de los intentos de explicación de la actividad estética a base de una comparación de esta actividad con la divina. Esta explicación ha sido doble: por un lado se ha comparado al artista y a Dios como creadores en el sentido4); por el otro, se los ha comparado con productores o hacedores en el sentido 3). Los problemas que ha suscitado la noción de creación en el sentido 1) han sido múltiples, pero se han centrado por lo común en los niveles siguientes: psicológicos, estéticos (y axiológico) y teológico. “ (…)
“El sentido 2) ha sido usado especialmente por autores que han dado ciertas interpretaciones a la evolución del mundo y especialmente de las especies biológicas. (…)
“El sentido 3) es el que tiene la creación cuando se interpreta en la forma de un demiurgo de tipo platónico. También se puede incluir en este sentido la noción de emanación, pero entonces hay que introducir modificaciones sustanciales. En cuanto al sentido 4), es el que ha sido considerado más propio dentro de la tradición hebreo-cristiana y a él nos referiremos en con particular detalle en el transcurso del presente artículo. Nos ocuparemos en éste sobre todo de las discusiones en torno al concepto de creación de la nada… (…)
La creación en el sentido de una producción original de algo, pero a base de alguna realidad preexistente, fue ampliamente tratada por los griegos. Éstos no podían admitir –y de hecho, concebir- otra forma de creación, de acuerdo con el principio ex nihilo nihil fit. A esa producción la llamaron los griegos poesía, obra, producción. Podía tener lugar de diversas formas y en diversas realidades (como producción del universo, de los seres orgánicos, de objetos ingeniados por el hombre, etc.). Cuando la producción tenía lugar en el pensamiento se topaban con ciertas dificultades: producir un pensamiento no parece lo mismo que producir un objeto. Sin embargo, los griegos procuraron entender un modo de producción a partir del otro. Algunos –epicúreos, en parte estoicos- trataron de explicar la producción del pensamiento por analogía con la producción de cosas. Otros –los neoplatónicos principalmente- siguieron el camino inverso. Esta última concepción se extendió rápidamente al final del mundo antiguo… (…) Ello desembocó en una idea de producción o creación como emanación. Desde Aristóteles a Plotino se abrió paso el modo de consideración de la causalidad ejemplar –y a la vez genética- en la representación de la producción de las realidades a partir de un primer principio, de un primum mobile de Lo Uno. Hay una importante diferencia entre estos modos de producción y la creación de sentido cristiano. El pensamiento griego nunca llega a la idea de hebreo-cristina de creación como creatio ex nihilo. Esta última idea no debe, pues, nada al pensamiento griego, si bien luego se haya utilizado ampliamente éste con el fin de explicitarla. En cambio, en la tradición hebreo-cristiana la idea de creación como creación de la nada es central. (…)
Pero la teología no pudo limitarse simplemente a aceptar la creatio ex nihilo; necesitó precisar hasta lo máximo esta noción frente a las que podrían confundirse con ella. De ahí un análisis cada vez más detallado de la creación como una forma radical de producción, a diferencia de la procesión, de la emanación o de la simple transformación. (…)
Considerando ahora de nuevo la noción de creación tal como ha sido tratada por los filósofos y teólogos, y refiriéndonos especialmente a la cuestión de la relación entre una creación divina y una humana –o, si se quiere, entre creación y producción-, estimamos que hay entre estas dos nociones una relación que podría llamarse dialéctica. Tan pronto como intentamos comprender una, caemos fácilmente en la otra. De algún modo la creación humana sólo puede ser comprendida cuando hay en ella algo de lo que puede considerarse como creación divina; esto es, cuando estimamos que algo realmente se crea en vez de limitarse a plasmarse o a transformarse. La creación artística proporciona el mejor ejemplo de esta relación. Al mismo tiempo, la creación divina de la nada no parece entenderse bien si no la consideramos a la vez desde el punto de vista de una de una plasmación o producción. En consecuencia, parece legítimo ir de la noción de producción a la de creación y viceversa para entender cualquiera de ellas.
Este procedimiento tiene la ventaja de que permite esquivar algunas de la paradojas que suscitan las nociones de referencias. En efecto, cuando intentamos entender la creación en su sentido más radical, tenemos que concluir que no consiste solamente en crear algo, sino también en crear la posibilidad de esta posibilidad, y así sucesivamente. Por otro lado, cuando procuramos entender la noción de producción sin ningún elemento de creación propiamente dicha, se desvanece toda posible novedad y, por lo tanto, la idea de producción misma. Es posible, por supuesto, admitir ciertos intermediarios (que, en ciertas teorías suelen ser los modelos o las ideas). Pero entonces hay que suponer el primado del acto creador o productor. También es posible tratar la creación y la producción como la aparición de algo emergente, es decir, de algo nuevo con respecto a lo anterior, pero, al mismo tiempo, procediendo de lo anterior. Sin embargo, esta última posición tiene el inconveniente de ser más una descripción de hechos que una teoría explicativa, por lo que preferimos la antes formulada.” (Pág.714-716).

La creación y la invención desde la perspectiva del psicoanálisis

Todas estas consideraciones nos son, desde ya, muy útiles. Pero en la orientación lacaniana, y más precisamente en la clínica, se piensa siempre al sujeto en relación a un goce. Es por esto que nos distanciamos de la perspectiva filosófica que planeta para el sujeto un ideal a alcanzar: el goce de la perfección de la totalidad del ser. Nos distanciamos de esta posición para pensar al sujeto no como una esencia ni como una sustancia, sino como un lugar. De esta manera, la relación que establecía la filosofía entre sujeto y objeto es invertida al introducir el concepto de goce. En “Subversión del sujeto y dialéctica del deseo en el inconciente freudiano” (1960), publicado en Escritos (1966), Lacan desarrolla la relación entre sujeto y objeto e introduciendo el concepto de goce nos dice que desde el principio el goce intrincado en el lenguaje está marcado por la falta y no por la plenitud del Ser. A partir del momento en que hablamos, en tanto hombres ya no somos ni esencia ni existencia, sino “seres-hablantes” (parletres). El ser entonces es un efecto de lenguaje. Habitamos el lenguaje, el hombre se especifica por habitar el lenguaje, como nos enseña Heidegger, y así alcanzamos nuestro ser.
Es desde esta perspectiva que nos interesa puntualizar el concepto de invención. Jacques-Alain Miller (2002), en su artículo “La invención psicótica” nos invita a pensar –a partir de la de la diferencia entre creación, descubrimiento e invención- la pertinencia del término invención tratándose de la psicosis. Nos dice: “El término invención se opone naturalmente al de creación. El acento propio de la creación es –seamos tautológicos su carácter creacionista. La creación pone el acento sobre la invención ex nihilo, a partir de nada. Es el acento teológico de la palabra creación. Hay seguramente una zona semántica común entre invención y creación. La invención se opone más fácilmente al descubrimiento. Se descubre lo que ya está ahí, se inventa lo que no está. Es por ahí que la invención es pariente de la creación. Pero el acento del término “invención” es en este caso una creación a partir de materiales existentes. Le daré de buen grado a la invención el valor del bricolage.” (Pág.1)

La invención.

Dominique Miller(2007)), nos dice a propósito de la invención:
“La invención es el Padre. Es lo que se incuba debajo de las creencias, y que las invenciones científicas ponen al descubierto: no es Dios quien ha inventado la religión, ¡es la religión la que ha inventado a Dios! Los hombres han inventado al Padre para fundamentarse, para fundar su existencia y su razón de ser. Hacía falta un nombre para los hijos, y fue el Nombre del Padre. El padre es un semblante, mezcla de ficción y símbolo.” (…)
“Otro psicoanalista, Jacques Lacan, ha concluido definitivamente que el padre es una invención: los seres conquistan un equilibrio con el Padre o sin el Padre. Sea que los sujetos se hagan hijos de un Padre, sea que se inventan otra causalidad. Estos últimos se inscriben del lado de la psicosis. Esto llevó a Lacan a decir que los neuróticos son creyentes. Los neuróticos creen, los psicóticos deliran.” (…) “Para conseguir un equilibrio entre el goce y el lenguaje no hay sólo el sacro santo Nombre del Padre. Otros nombres de padre pueden tener ese rol. Lo importante es no errar. Cada uno debe ser incauto en su propia invención, a cada uno pues, su invención, a cada uno, su síntoma.”
Estos síntomas fuera del nombre del padre, Lacan los designa como sinthomes. Y termina diciendo:
“Luego, si todos necesitamos inventarnos un padre, el nuestro u otro, es para liberarnos de nuestra condición de desechos, nuestra condición de “abortos”, como decía Lacan. No abandonemos tan rápido este semblante, puesto que nos permite darle la vuelta, cual guante, a este destino funesto y, hacer de este desecho, que se pretende olvidar, la causa de nuestro deseo.” En Revista Lacaniana 5/6: “Los nombres del padre” (Pág. 220)
Al ser convocado el sujeto a ocupar otro lugar que el de objeto, en tanto neurótico dispone de una solución fija pero pobre, tiene el “auxilio del discurso establecido”, como dice Lacan. Con este discurso establecido el neurótico tiene un órgano sexual, siente placer, puede hacer lazo con el Otro. El sujeto psicótico no está en el discurso. Es por esto que, al no disponer de este recurso como el neurótico, se las debe arreglar con sus propios recursos para inventar un modo de habitar el lenguaje. A través de ese modo propio y singular se constituye el sinthome.

La invención, una vía para la suplencia

El producto logrado, obtenido, es un objeto que circula y que resta goce. La invención (no creación) de un objeto implica una cesión de goce, pasar de una posición pasiva respecto a ese goce parasitario a una posición activa. Pues esa producción sublimatoria, produce un cambio en la economía de goce en tanto genera una pérdida. Se realiza entonces un pasaje por un Otro que no es de goce, un Otro gozador. Admitiéndose la función de un Otro que acota goce y da un marco legal dentro del cual la producción subjetiva es posible. Una vez creado este espacio, este campo abierto a lo nuevo, los recursos y estilos son los que comandan la producción. Pero que se haya creado este espacio, implica que el paciente entró en el discurso analítico. La entrada en este discurso se cristaliza en la producción subjetiva y se traduce en un cambio de posición con respecto al goce y por lo tanto una modificación de este. Es allí donde se puede observar en detalle la marca subjetiva, el producto patentado, el sello y firma que identifica a su productor-inventor, para que circule como objeto de intercambio con un valor subjetivo único. Muchas experiencias muestran que la inserción o reinserción social encuentran una vía fructífera por este sesgo; puesto que inaugura un nuevo lazo al Otro. Se genera así un circuito de recorrido pulsional más extenso y rico, con transformaciones y objetos diversos que circulan por una alteridad, otros lugares y sujetos, que otorgan reconocimiento. De esta manera se crea no sólo un nuevo lazo al Otro sino también un nuevo Otro en el sentido del logro de una rectificación de ese Otro de goce mortificante. De este tipo son las invenciones paranoicas que pertenecen a un registro diferente del de las invenciones esquizofrénicas. Aquellas recaen esencialmente sobre el lazo social, pues el paranoico no es el problema de la relación al cuerpo u órgano que no está tomado en un discurso establecido como lo es para el esquizofrénico, sino el problema de la relación al Otro. Entonces, él se ve llevado a inventar una relación al Otro o un nuevo gran Otro inédito como lo ha hecho Jean Jacques Rousseau con su libro “El contrato social”.
Otro tipo son las invenciones de un pequeño punto de capitón, como una identificación, que por más pequeño que sea constituyen verdaderas suturas de las fallas de lo imaginario. Es muy común en la actividad grupal donde las identificaciones juegan un papel muy importante para cada sujeto, para el grupo y para el trabajo.

Producción, sublimación y suplencia

En el momento de desarrollar el concepto de sublimación Freud se encontró con múltiples problemas a resolver, algunos no los resolvió nunca siendo Lacan quien retomando este concepto freudiano diera una vuelta conceptual con solidez teórica.
Desde el inicio, para Freud la sublimación implicaba un destino posible de la pulsión junto a la transformación en lo contrario, la vuelta a la propia persona y la represión. Siempre el elemento real en juego en la sublimación es la pulsión de manera que se vuelve enigmático este concepto cuando se ve que la satisfacción que se logra es sin represión, o sea una satisfacción diferente a la lograda en el síntoma neurótico. Ya el mismo Freud hablaba de la doble tendencia que anima a la pulsión. Por un lado su carácter plástico, es decir que puede haber movilidad en el sentido la satisfacción realizada a través de desplazamientos. Y, por otro lado, la fijeza de la pulsión que pone un límite su plasticidad. Siempre hay algo que no puede ser sublimado, las pulsiones no pueden ser íntegramente sublimadas. En este sentido se habla del goce como fijeza pulsional sin posibilidad de desplazamiento. Pues esto lo hemos escuchado repetidas veces en nuestra práctica y sobretodo en la actividad de los talleres. Pacientes que se encuentran tan tomados por su síntoma, por el goce, que se chocan con la incapacidad de realizar una actividad productiva o realizan siempre el mismo objeto siguiendo la misma idea repetida. Pues en el objeto producido se reflejan no sólo los recursos del paciente sino también su deseo o falta de deseo en juego.
La sublimación implica un movimiento plástico transformativo. El destino sublimatorio de la pulsión está acompañado siempre por un elemento de renuncia, por una cesión de goce. Es por esto que sólo el deseo es capaz de motorizar, generar movilidad y cambio en la satisfacción. Mientras que el goce mantiene un estancamiento o fijeza en la satisfacción pulsional. En la práctica se es testigo de cómo un sujeto que comienzan a producir, a estar en relación a un producto-objeto y enlazado a un Otro, cambia su economía libidinal de manera notoria, provocando además cambios en la dinámica del grupo de pertenencia. Lo que Freud nos enseñó entonces es que no se comprende una tendencia sin la otra. Siempre existe una tensión sin resolución entre la movilidad, el desplazamiento significante, lo simbólico por un lado; y la fijeza, el sentido gozado, la adherencia a lo real ¿No es acaso de la misma forma como surge y se estructura el conflicto psíquico, como una tensión, una dialéctica sin resolución, inmanente a la vida misma?
En el seminario “La ética del psicoanálisis” (Seminario VII, 1959), Lacan hace una relectura del concepto de sublimación haciendo referencia a la relación entre sublimación y padre como estrechados en un anudamiento radical. De este modo el recurso estructurante de la potencia paterna posibilita la sublimación. Sin sublimación hay adherencia nirvánica a la Cosa materna, hay imposición de un real que exige una repetición maldita de lo mismo. Aquí Lacan insiste en presentar la sublimación no sólo como una transformación de la pulsión sexual, sino como principio mismo de toda transformación subjetiva: la sublimación lacaniana no es tanto sublimación sino sublimación de la imago materna que obstaculiza la creación de lo nuevo, de “nuevas relaciones en relación al grupo social” como expresa Lacan mismo en su libro “Los complejos familiares en la formación del individuo”.
Al tratar la sublimación artística el psicoanalista italiano Máximo Recalcati nos dice: “…ocupa el vacío abismal de das Ding no a través de un absoluto, la Madre o la Ley, sino a través de una pluralidad posible de objetos imaginarios. La sublimación artística pareciera ponerse por afuera de las paradojas de la transgresión que vinculan la Ley y el goce, ya que el goce de la creación prescinde de la relación con la ley. En la sublimación artística el sujeto se enfrenta con el vacío de la Cosa más que con la ley. Podemos así evocar la fórmula elemental de la sublimación según Lacan: “elevación del objeto a a la dignidad de la Cosa”. En la sublimación artística el objeto de arte deviene un objeto imaginario que se coloca, por vía de una elevación simbólica, en el lugar vacío de lo real de la Cosa.” (Pág. 50).
Aquí, en esta última idea, se volvería entonces a la conocida definición freudiana de la sublimación que consiste en el cambio de la meta sexual por una meta más elevada y de mayor valor social.
Llegamos así a una equivalencia entre la relación de suplencia y la relación de sublimación. Freud elabora la noción de sublimación como un cambio de objeto. Lacan va a abordar a la sublimación como un cambio en el objeto, “el objeto a elevado a la dignidad de la Cosa”. Este punto decisivo permite entender que si la sublimación se redujese a un cambio de objeto, la realidad de los objetos permanecería inalterada y en tal caso no habría suplencia, no habría exceso: el objeto de amor, por ejemplo, sería plena y directamente inscribible en el universo simbólico. Pero lo que la suplencia nombra no es un objeto sino la imposibilidad, el obstáculo a su constitución.

Marcos Pelizzari

Poesía, escritura y angustia

La escritura tiene particular importancia en tanto producción. Cada escrito es una producción única que abre el campo de acceso a lo simbólico y la relación con lo real.

Escribir, inscribir, transformar lo real, ceder goce, crear un cuerpo, despertar deseo. Sabemos que el lenguaje no capta lo real, pero las palabras, el significante, pueden ser utilizados para una nueva relación simbólica con lo real. Que la lengua llegue a ser un instrumento para, y no ser instrumento del la lengua.

Partimos de la siguiente hipótesis: “La angustia interviene en la poiesis del sujeto”. Pero, ¿cómo?, ¿de qué manera? Veamos antes la noción de poética tal como ha sido concebida por la filosofía. En el diccionario de filosofía Ferrater Mora, J (1994) se ha encontrado:

“En cuanto a la obra literaria, algunos autores se enfrentan con el problema de la distinción de los lenguajes en dos tipos: el lenguaje llamado cognoscitivo, propio de la obra científica, y el lenguaje llamado emotivo, propio de la obra literaria y, en general artística. Mientras el primero tiene una función informativa, el segundo tiene una función expresiva. (…) Teniendo en cuenta lo apuntado se ha planteado otro problema, cuyo tratamiento ha permitido un mayor conocimiento de la estructura de la obra literaria desde el punto de vista del lenguaje. Es el siguiente: paralelamente a la distinción antes mencionada, algunos autores han llegado a la conclusión de que, puesto que el lenguaje poético es acabado en sí mismo, su estudio consiste esencialmente en el análisis de sus estructuras sintácticas. Éstas están constituidas por elementos tales como los modelos de lenguaje, las curvas rítmicas, etc. En otras palabras, el lenguaje poético debería ser estudiado, según ello, como si sus expresiones carecieran de significación y, por lo tanto, de dimensión semántica. Ahora bien, se ha advertido pronto que la dimensión semántica no solamente no puede ser eliminada de la poesía, sino que constituye su característica más destacada. Esto quiere decir que una expresión poética en vez de no decir nada dice, por el contrario, muchas cosas. Tal condición se debe en parte principal al hecho de que el lenguaje poético es primordialmente implícito, en tanto que el que el lenguaje científico es, o tiende a ser, explícito. Pero, además, se debe al hecho de que las expresiones del lenguaje poético no se desarrollan, por así decirlo, sobre una sola línea semántica, sino que están entrecruzadas por diversas líneas semánticas. En suma, la expresión poética no tiene, como la científica, una, ni, como la puramente exclamativa, ninguna significación, sino que posee multitud de significaciones. Cuando el poeta habla de los objetos de la Naturaleza como si fueran personificados, no se limita a expresar una concepción antropomórfica de la Naturaleza, ni como una pura reacción personal, sino que la ve como una que no puede de una sola manera, precisamente porque está llena de virtualidades que el científico forzosamente, y legítimamente, desconoce. Por eso puede decirse que el lenguaje poético es más rico que el científico, si bien esta riqueza está conseguida a base del sacrificio de una virtud que el científico aprecia por encima de muchas otras: la precisión –unisignificativa- de la expresión.

Entre los pensadores griegos el verbo significó originariamente “hacer”, “fabricar”, “producir”. En este sentido, podría usarse el término poética para designar la doctrina relativa a todo hacer (a diferencia, por ejemplo, de `noética´, que puede designar la doctrina relativa a todo pensar, doctrina del pensamiento o de la inteligencia). Más específicamente significó crear algo con la palabra: lo creado así es el poema. (…) La poesía (o, si se quiere, el lenguaje poético) es la forma más elevada y a la vez más fundamental del hablar. Esta última opinión ha sido defendida, entre otros, por Heidegger, el cual considera la poesía o, si se quiere, el poetizar, no como el manejo de un lenguaje, sino como el fundamento de todo lenguaje, el cual se da, a su entender, dentro del ámbito del poetizar.” (Pág. 2609)

Al tratar el tema del creador literario y el fantaseo Freud (1908) nos dice:

“¿No deberíamos buscar ya en el niño las primeras huellas del quehacer poético? La ocupación preferida y más intensa del niño es el juego. Acaso tendríamos derecho a decir: todo niño juega o se comporta como un poeta, pues se crea un mundo propio, o mejor dicho, inserta las cosa de su mundo en un nuevo orden que le agrada. Además, sería injusto suponer que no toma en serio ese mundo; al contrario, toma muy en serio ese juego, emplea en él grandes montos de afectos. Lo opuesto al juego no es la seriedad sino… la realidad efectiva. (… ) Ahora bien, el poeta hace lo mismo que el niño que juega: crea un mundo de fantasía al que toma muy en serio, vale decir, lo dota de grandes montos de afectos, al tiempo que lo separa tajantemente de la realidad efectiva. (…) Ahora bien, de la irrealidad del mundo poético derivan muy importantes consecuencias para la técnica artística, pues muchas cosas que de ser reales no depararían goce pueden, empero, depararlo en el juego de la fantasía.” (pág. 127-128). Y continua diciendo: “El soñante diurno pone el mayor cuidado en ocultar sus fantasías de los demás porque registra motivos para avergonzarse de ellas. Ahora agrego que, aunque nos las comunicara, no podría depararnos placer algunos mediante esa revelación. Tales fantasías, si nos enteráramos de ellas, nos escandalizarían, o al menos nos dejarían fríos. En cambio, si el poeta juega sus juegos ante nosotros como su público, o nos refiere lo que nos inclinamos a declarar sus personales sueños diurnos, sentimos un elevado placer, que probablemente tenga tributarios de varias fuentes. Cómo la consigue, he ahí su más genuino secreto; en la técnica para superar aquel escándalo, que sin duda tienen que ver con las barreras que se levantan entre cada yo singular y los otros, reside la auténtica ars poética. Podemos colegir en esa técnica dos clases de recursos: El poeta atempera el carácter del sueño diurno egoísta mediante variaciones y encubrimientos, y nos soborna por medio de una ganancia de placer puramente formal, es decir, estética, que él nos brinda en la figuración de sus fantasías. A esa ganancia de placer que se nos ofrece para posibilitar con ella el desprendimiento de un placer mayor, proveniente de fuentes psíquicas situadas a mayor profundidad, la llamamos prima de incentivación o placer previo. Opino que todo placer estético que el poeta nos procura conlleva el carácter de ese placer previo, y que el goce genuino de la obra poética proviene de la liberación de tensiones en el interior de nuestra alma. Acaso contribuya en no menor medida a este resultado que el poeta nos habilite para gozar en lo sucesivo, sin remordimiento ni vergüenza algunos, de nuestras propias fantasías.” (pág. 135)

Hablando de Schreber, Lacan (1955) dice de la poesía:

“Podemos resumir la posición en que estamos respecto a su discurso cuando lo conocemos, diciendo que es sin duda escritor mas no poeta. Schreber no nos introduce a una nueva dimensión de la experiencia. Hay poesía cada vez que un escrito nos introduce en un mundo diferente al nuestro, y dándonos la presencia de un ser, de determinada relación fundamental, lo hace nuestro también. La poesía hace que no podamos dudar de la autenticidad de la experiencia de San Juan de la Cruz, ni de Proust, ni de Gérard de Nerval. La poesía es creación de un sujeto que asume un nuevo orden de relación simbólica con el mundo. No hay nada parecido en las memorias de Schreber.” (Pág. 114). Esta diferencia entre poeta y escritor permite ubicar algo del orden de la creación simbólica cuando de una producción poética se trata. Se diferencia absolutamente de lo utilitario y periodístico del lenguaje para abrir el acceso a un goce diferente. Moldear el lenguaje para dejar impreso el sello subjetivo con el significante como instrumento. La escritura así constituye una respuesta del sujeto a lo que hace síntoma.

Ciertos síntomas tienen una función de prótesis. Si lo imaginario se sustrae al cruce de lo simbólico y lo real, es posible anudarlo a estos dos últimos para evitar este derrape: se trata del cuarto redondel, que puede procurar un yo sustitutivo, una prótesis, mediante la escritura, como es el caso de la actividad de escritor de Joyce que Lacan trabaja en su seminario 23. El síntoma, dice Lacan, debe caer. Lo que no cae es el sinthome como cuarto redondel del nudo borromeo, pero se modifica, cambia para que sean posibles el goce y el deseo. Intento de hacer cesar esa falta que no cesa de no escribirse.


Marcos Pelizzari